martes, 22 de octubre de 2013

JULIO CESAR, ORÍGEN DEL IMPERIO ROMANO


Cayo Julio César. La solución monárquica. Pompeyo.

En el Libro LUCHAS SOCIALES EN LA ANTIGUA ROMA
Profesor LEÓN BLOCH
Editorial Claridad. Buenos Aires
Revista de Arte, Crítica y Letras
Tribuna del Pensamiento Izquierdista Fundada el 20 de febrero de 1922

Pompeyo, a pesar de sus éxitos militares, no era el hombre que al principio todo el mundo se había figurado; como Sila, no era más que un oficial y por eso carecía de la mayor parte de los requisitos para convertirse en dominador del Imperio mundial y en fundador de una monarquía. Tampoco tenía las dotes políticas indispensables para tamaña empresa. Pero una necesidad produce siempre, en el momento oportuno, al hombre que se precisa y así surgió también para Roma, sumida en desvarios y turbulencias, el salvador: Cayo Julio César.

La aristocracia estaba en bancarrota y hasta su elocuente abogado, Cicerón, dejaba entrever con bastante claridad que la idea de una monarquía —él pensaba en Pompeyo— no le sería antipática, siempre que aquél fuera un señor benigno respecto al Senado y sus partidarios. Al tiempo de la revolución de Catilina, César estaba aún en los comienzos de su cañeta, política. No obstante pertenecer a una familia muy noble, de vastas relaciones con el mundo aristocrático, reconoció con su aguda mirada que en esta parte no se podía recoger ni honores ni poder. Aquí, bajo la protección de un gobierno nepotístico, no le hubiera quedado más que vegetar; por esto, joven aún, pasó a la oposición, contribuyendo por su parte a la eliminación de los últimos restos de la reacción silana. Cuando Rulo y Catilina empezaron a desarrollar su programa social, se mantuvo por cierto callado, pero todo el mundo en Roma sabía que él tenía aspiraciones semejantes. César no desconocía ciertamente el germen sano y fecundo contenido
en la ley de Rulo, pero estaba también firmemente convencido de que bajo las formas políticas ya anticuadas todas las tentativas reformadoras debían resultar ineficaces. En aquel entonces debe haber ciertamente pensado, en la intimidad de su espíritu, que también él hubiera podido ser llamado a encabezar la revolución. Ni era rico como Craso, ni tenía tras de sí una espléndida carrera militar como Pompeyo. Si quería contar con un séquito, no tenía que precipitar los acontecimientos, sino primeramente competir con Pompeyo con magníficos gestos militares, destruir el nimbo de su irreemplazabili-dad y con un porte imponente, aunque le costara muchas deudas, hacer la misma cosa respecto a Craso, el segundo rival, personalmente menos destacado. Eran estos los conceptos más vivos que de la monarquía tenía la fantasía popular, y César logró imponer por ambos lados al pueblo romano el reconocimiento de su índole dominadora, quitando así al avaro Pompeyo y a Craso, menos valiente guerrero, su posición predominante.

Cuatro años después de la caída de Catilina, César llegó al consulado. Su más importante acto de gobierno fue el reparto de los últimos grandes terrenos que el Estado tenía en la feraz Campania. Este era un índice seguro de cómo aprobaba el contenido social del programa de Catilina. También los veteranos de Pompeyo fueron favorecidos bastante en el reparto, así que el ejército, a pesar de haber sido despedido, quedó disponible para un próximo futuro. César creía aún deber necesitar a Pompeyo para dar juntos el golpe contra el partido aristocrático - republicano. Con el consulado de César el partido aristocrático se acabó para Roma. Todos los otros problemas fueron relegados ahora a segundo plano frente a este solo: ¿quién sería la persona que saldría victoriosa del número de los aspirantes a la regencia? Los años siguientes son los de la agonía de la República. Esta se defendió desesperadamente, pero no volvió jamás a ser vital. Ni siquiera la potencia y el prestigio de Pompeyo pudieron mantener al "anden régime", como tampoco éste a aquél, cuando, arrepentido, buscó refugio en los brazos del Senado contra el rival que se volvía cada vez más poderoso. La lucha terminó con la victoria de César (batalla de Farsalia, 9 de agosto del año 48), con la implantación de la monarquía. La aristocracia intentó arrebatarle el premio del triunfo recurriendo al asesinato, pero tampoco por este camino era ya posible infundir nueva vida al cadáver de la república. No se logró más que hacer estallar de nuevo la lucha por la persona del dominador. Los nuevos aspirantes efectuaron juntos un espantoso proceso contra el partido de los asesinos, los enemigos de la monarquía, para luego conducir la lucha como un negocio personal. Trece años más tarde el hijo adoptivo de César, César Octaviano Augusto, pudo —después de haber vencido a su último rival, Marco Antonio, en la batalla de Actium (31 antes de Cristo)— asumir la regencia y fundar una dinastía, la que supo afirmarse por un siglo para luego ceder el lugar a otra.

Sería grave error concebir el traspaso de la república a la monarquía como ligado a cambios políticos y sociales claramente visibles. Social y políticamente, todo parecía haber quedado en el estado de antes. El pueblo siguió siendo soberano y tampoco al Senado fueron formalmente mermados sus plenos poderes. El emperador era un empleado extraordinario, pero inviolable gracias a su poder tribunicio y en condición dé hacer valer todas sus proposiciones por el mando militar supremo (imperium). Debían transcurrir siglos antes de que la monarquía fuera reconocida también en la forma y desapareciera la representación de la continuación de la república. Sin embargo, la monarquía existía ya de hecho y las consecuencias fueron muy beneficiosas.

La característica más esencial de esta nueva monarquía era la existencia de un poder supremo, irresponsable y vitalicio. Ante el titulan de este poder todos se volvieron poco a poco iguales. Tiene el derecho de vida y muerte; puede, como protector del más débil, poner fuera de combate hasta al adversario más potente; puede intervenir en todas las cuestiones administrativas, judiciales y militares. Todas estas facultades constituyen para un gobierno metódico y justo una garantía mucho más segura que la dominación camorrística de una exigua fracción política y las recíprocas obligaciones y manejos de los funcionarios y empresarios. La monarquía produjo una nivelación de la población, en la cual fueron desapareciendo con relativa celeridad tanto las diferencias de casta como las de nacionalidad. Si bien los senadores y los caballeros siguieron gozando de sus relevantes privilegios, el derecho imperial de otorgar y quitar esas dignidades frenaba de manera muy eficaz la acción de las camarillas.

De consecuencias mucho más trascendentales fue el relajamiento de las diferencias nacionales. Aun cuando las provincias no fueron sistemáticamente colonizadas, penetró, sin embargo, en las masas la idea de que cada fuerza laboriosa encontraría en las provincias un campo de aplicación provechosa. Lo que los grandes tribunos habían proyectado demasiado prematuramente y no habían podido realizar a pesar de sus esfuerzos espasmódi-cos, iba efectuándose, ahora que los tiempos estaban maduros, casi por sí mismo. Desde que el segundo emperador, Tiberio, quitó a la Asamblea popular los asuntos políticos para transferirlos al Senado, el derecho de voto había dejado de ser un artículo comercial, por lo cual la emigración se tornó casi obligatoria. 

Roma e Italia dejaron por fin de nutrirse con la expoliación de las provincias. Ahora cada cual tenía que trabajar, si quería vivir y poseer algo, y los gastos del gobierno debían ser soportados por el itálico igual que por el provinciano con sus impuestos. Esta obligación al trabajo fue la panacea que trajo el saneamiento de Italia. Y si Roma siguió siendo, ciertamente, una ciudad de chusma, mendigos y haraganes, un punto de concentración de existencias ociosas, comparte este destino con cada metrópoli. Por otra parte, el nuevo poder central, con su corte fastuosa, visible para todo el pueblo, fomentaba necesidades nuevas y más altas, cuya satisfacción requería un trabajo continuo y bien remunerado. Las provincias, en fin, libradas de sus espíritus torturadores —los famosos procónsules o propretores— se convirtieron en países de cultura lozana, llenos de actividad y vivacidad intelectual.
La vieja y limitada burguesía del "Urbe" fue reemplazada por la burguesía imperial o, mejor dicho, mundial. La potente voluntad en Roma mantenía la unidad del conjunto, pero dentro de este gran conjunto los miembros y las partes tenían suficiente libertad en sus constituciones municipales, de manera que se evitaban los perjuicios de un gobierno rutinario desde arriba. Y aun cuando la cultura de la era imperial romana no produjo las flores magníficas y seductoras que se abrieron en algunos lugares por el concurso y a costa de medios y factores de afuera, la suma de cultura en esta época, tan a menudo denigrada, está mucho más arriba de la de los tiempos de Pericles, del Renacimiento italiano, etc. Y el que no quiere reconocer nada de lo que produjo aquella época, tendrá por lo menos que admitir que en ella la idea de la fraternidad humana encontró por primera vez su expresión en el derecho civil que fue abarcando a todo el mundo, y en la religión romana, el cristianismo, igualmente universal

martes, 8 de octubre de 2013

EL IMPERIO NAPOLEÓNICO

EL IMPERIO NAPOLEÓNICO: 1804-1815

El estallido de una nueva guerra europea fue aprovechado por Napoleón para convertir a Francia en un imperio poniendo como excusa la necesidad de tener un líder único. Se redactó una nueva constitución y Napoleón se autocoronó emperador en la catedral de Notre Dame en presencia del Papa Pío III.
Fue un imperio centralizado en el que el gobierno tenía el control del Senado. Napoleón buscó pacificar a la población francesa y concedió una amplia amnistía que permitió el regreso de miles de emigrados políticos. El imperio napoleónico extendió por Europa la influencia revolucionaria, difundiendo instituciones y organismos revolucionarios por el resto de los pueblos europeos. En los territorios conquistados introdujo la supresión del feudalismo, el código civil, la administración, el sistema financiero, la universidad. El imperio fue el propagador de las ideas revolucionarias en Europa.
Sin embargo, en Francia se produce un proceso reaccionario. Crea una nobleza y una corte imperial. Los miembros de la antigua nobleza recibieron nuevos títulos y se incorporaron al aparato de poder imperial. En el plano intelectual, cerró periódicos, estableció la censura, restringió las libertades públicas y persiguió a los intelectuales y escritores opositores al régimen
En el plano económico fomentó el desarrollo de las actividades económicas agrícolas e industriales mediante incentivos económicos y un sistema de comercio proteccionista, se reforma la educación ampliando este derecho. Todos los ciudadanos son considerados iguales frente a la ley y tienen la obligación de pagar impuestos.

EXPANSION EUROPEA:
Su objetivo era establecer una alianza con Rusia para evitar tener que luchar con 2 frentes, y aliarse con Austria para conseguir la legitimación histórica de su régimen. En 1805 aprovechando la alianza con España se enfrentó contra Inglaterra en la batalla naval de Trafalgar con el objetivo de asfixiar la economía de las islas, el resultado fue adverso y provocó la destrucción de las flotas francesas y españolas.
Si bien los mares serán de dominio británico, comenzó  un período de grandes victorias terrestres que extendieron el territorio y la influencia del imperio napoleónico sobre la mayor parte de Europa. En 1805 consigue vencer a Austria, en 1806 consigue ocupar casi todo el territorio prusiano hasta el Vístula, en 1807 firma el tratado de Tilsit con Alejandro I zar de Rusia. 
Con el objetivo de aniquilar el poder económico y militar británico, prohíbe el ingreso de mercaderías británicas a los puertos continentales. Portugal ignora la prohibición y Napoleón decide invadir su territorio ingresando con sus tropas por España.

LA CAIDA DE NAPOLEÓN:
En 1808 comienzan los problemas para Napoleón. Al ingresar con sus tropas a España con el objetivo de invadir Portugal, Madrid se levanta contra los franceses. Otros lugares de España se unen, el ejército español derrota a los franceses en Bailen. Inglaterra apoya a España y lucha contra Francia, Napoleón recupera el terreno perdido en España y obliga a abdicar al monarca español en favor de su hermano José Bonaparte.

En 1812 Napoleón decide invadir Rusia porque el zar no cumple lo pactado en Tilsit, en junio inicia la campaña, y en septiembre se produce la única batalla en Boronndino. Los rusos practicaban la táctica de tierra quemada, retirarse sin presentar batalla pero quemando cosechas y envenenando pozos. Napoleón entra en Moscú que esta incendiada pero no consigue la rendición.

En invierno Napoleón abandona Rusia, porque no soporta las duras condiciones del invierno ruso y tiene pocos víveres. Pierde más del 50% de los soldados, las potencias europeas se unen contra Napoleón en la batalla de las naciones en Leipzig 1813. Derrotado, en 1814, es desterrado de Francia y se le concede el reino de la isla de Elba pero en 1815 vuelve a Francia tratando de restaurar el imperio (imperio de los 100 días), es derrotado nuevamente en Waterloo y desterrado a la isla de Santa Elena donde murió en 1820. La monarquía de los Borbones fue restaurada con la coronación de Luis XVIII.
Actividades:

a)      Justificá la siguientes afirmaciones:

El Imperio Napoleónico conservó los principios de la revolución francesa.
El período revolucionario en el Río de la Plata coincide con la invasión de España.


b)      Organizá en una línea de tiempo los principales sucesos de este período.